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FACTORES CAUSALES EN LA APARICIÓN DEL MIEDO DURANTE LOS PRIMEROS AÑOS. MIEDOS MÁS FRECUENTES

Los miedos infantiles surgen en muchas ocasiones sin ninguna razón aparente, se desarrollan según una secuencia evolutiva predecible y acaban desapareciendo o decreciendo con el paso del tiempo. Algunos aspectos de lo que atemoriza a los humanos y la forma de demostrarlo pueden considerarse determinados biológicamente —lo cual no significa que sean inmutables—, mientras que otros dependen más bien de aprendizajes y experiencias individuales y sociales. En realidad, como subrayan la mayoría de los autores, las reacciones emocionales humanas están causadas por la interacción de factores biológicos y culturales (Averill y cois., 1969; Lader y Marks, 1971; Marks, 1990a, 1990b; Corral Gargallo 1993,2000).


Algunas características del desarrollo infantil y el contexto en el que se desarrolla contribuyen a explicar la frecuente aparición de miedos evolutivos: los avances en la maduración y el aprendizaje, la evolución del sistema nervioso y la maduración de la capacidad perceptiva, hacen que el niño tenga una mejor percepción de los peligros. Puede observarse la aparición súbita de respuestas de miedo a medida que el niño madura y aumenta su campo perceptivo.


Tales miedos desaparecen frecuentemente con la misma rapidez con la que surgieron y, como afirma Valles Arángida (1991), sólo podemos inferir que las respuestas perceptivas del niño ante determinado estímulo que han sufrido algún cambio como resultado de las interacciones entre aprendizaje y maduración.


Otros aspectos que inciden en la aparición evolutiva de los miedos son la capacidad simbólica y de representación —que lleva al niño a recordar experiencias desagradables y prever que pueden repetirse —, la mayor información acerca de la realidad y las advertencias de los adultos.


Existen muchas gradaciones en la intensidad de aprendizaje necesario para que aparezcan distintos miedos. El miedo a la separación, a los extraños, a los animales... se presentan en la mayoría de los niños sin que sucedan acontecimientos más allá de las experiencias normales, en cambio otros se dan únicamente después de experiencias especiales. El hecho de que un miedo particular aparezca a determinada edad no implica que esté conectado con peligros especiales, o experiencias negativas del niño; puede indicar sencillamente que la percepción ha madurado hasta un punto concreto (Morris y Kratochwil, 1983). Como afirma Marks (1990a): Los objetos y situaciones que los niños temen a medida que crecen se alteran a lo largo del proceso de desarrollo y a través de las exposiciones a situaciones nuevas. Cuando un niño se aterroriza bruscamente ante situaciones con las que ha tenido experiencia previa sin traumas o miedos, dicha reacción debe considerarse madurativa (p. 140). El miedo puede también surgir de manera impredecible en la exposición ante situaciones nuevas. La novedad, los cambios bruscos en la estimulación física pueden provocar miedo. Por otra parte, durante los primeros años, el niño aún no distingue claramente lo real de lo imaginario, por ello puede creer sin dificultad en la aparición de criaturas imaginarias, ogros, brujas animales fantásticos o lejanos (Méndez, 2000), a pesar de que los padres traten de razonar con él y nieguen reiteradamente tal posibilidad.


También los niños pueden a través de un proceso de aprendizaje social desarrollar miedos ante situaciones y objetos con los que no han tenido ninguna experiencia y que corresponden a estereotipos culturales (por ejemplo, los cuentos o historias como las del lobo, el hombre del saco...).


Respecto a la aparición de trastornos, y el modo en que un miedo evolutivo puede transformarse en desadaptativo, diversos autores han señalado que los «traumas» únicos y aislados en las primeras épocas de la vida muy raramente conducen a la aparición de trastornos prolongados.


Sólo una minoría de miedos desadaptativos y fobias están causados de esta manera (Echeburúa, 1993, 2000). Es más probable que los trastornos estén provocados por situaciones de estrés agudas, múltiples y continuadas. Son estas las que causan daño a largo plazo (Rutter, 1981; Marks, 1990a). Las conductas continuas de evitación del estímulo temido juegan un factor primordial en el mantenimiento del miedo y la ansiedad. Cuanto más se evita el objeto o la situación, más aumenta el temor y viceversa, en una especie de círculo mantenedor del problema. La evitación provocaría un refuerzo negativo al hacer desaparecer el temor de forma momentánea, pero a la larga contribuye a mantener, agravar y cronificar la situación, ya que al no enfrentarse con ella, la persona la ve cada vez más insuperable y más ansiógena. Hay formas muy variadas de adquisición de miedos: la experiencia directa con acontecimientos causantes, la información sobre estímulos atemorizantes, la observación de un modelo que tiene una reacción de temor en determinada situación... a partir de aquí, si los comportamientos del niño o las personas que lo rodean son inadecuados, pueden crearse trastornos o fobias.


BIOGRAFÍA

Pérez-Grande. M-D. (2000). El miedo y sus trastornos en la infancia. Prevención e intervención educativa. Universidad de salamanca. Pp. 123-144.




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